"Sin riesgo, no hay aventura”, es un lema conocido entre los jóvenes graffiteros, o ‘escritores’ como ellos se hacen llamar. Este resurgimiento del graffiti como arte urbano rescata el significado de la calle como espacio de intercambio comunicativo. “La calle es de todos” y los graffiteros lo saben: “La noche era fría y el asfalto seguía mojado por la lluvia de la tarde, la gente corría y se apresuraba a irse de lugares donde la lluvia callera estaba esperando el bus en los paraderos, mientras el tiempo pasaba y esperaba mi trasporte, me pregunte muchas cosas, era muy joven y al observar la ciudad solo, en medio de la lluvia, me preguntaba ¿cómo la gente colocaba firmas y el grafiti en las calles, cómo lo hacían, si existía algún riesgo o adrenalina, o sólo era diversión? Con el paso del tiempo resolví mis interrogantes y me di de cuenta que la calle es de todos, lo sé y ahora reivindico mi lugar”.
AMCV es su tag, su nombre artístico, como muchos lo conocen, como se ha dado conocer en murales de Bogotá, como muchos ven su firma en los muros y en la ciudad y solo se asombran, los cautiva, pero no conocen al artista; Miguel pertenece a esta nueva generación de graffiteros que tiene su particular estudio en las calles de Bogotá. Este joven de veinte años primero que todo le da gracias a Dios por permitirle ser un artista, un artista que ha pasado por momentos y experiencias difíciles, su vida empieza a regirse bajo el lema de “la práctica hace al maestro”, dice además: “cuando el talento nace, cuando uno viene a la vida, lo demás se lleva en las venas.”
Antes del 2003 su único talento era hacer firmas en los cuadernos, practicar lo que le llamo la atención en un principio, las letras, se preocupaba porque quedaran enredadas y fuera entendibles a los ojos de los demás, ya se identificaba por un estilo favorito, como el Wild Style (Estilo Salvaje), o Quicks Piece (Pieza rápida), pero siempre queriendo mostrar desde un comienzo su talento, un buen trabajo. “No quiero salir de ilegal y ya, quiero mostrar mi talento, lo que me gusta hacer, lo que sé hacer, mediante un buen trabajo.”
Después de analizar la ciudad y hacerse mil preguntas, tomó la decisión en 2005 de rayar un muro. La chapa de él o el tag (AMCV), surgió a partir de un apodo que le tenían unos ‘parceros’, y su primera oficina en esta selva de cemento sin vida, fue una casa abandonada: “En un Guetto de Bogotá, pero detrás de esta Primera experiencia mis miedos eran más fuertes, porque firmaba partes que tuvieran buena visualización, pero que a su vez, fuera difícil para alguien meterse en un lugar así”.
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